Libre Expresión

La realidad negra que manchó al Gral. Salvador Alvarado (VII). . .

A un siglo de la llegada del Gral. Salvador Alvarado a nuestra tierra, todavía hay gente que no lo quiere, que se expresa mal de él, que no perdona las tropelías cometidas en la Catedral. 

Obviamente quedan pocos meridanos que conocieron a Alvarado y atestiguaron aquellos hechos. Pero los yucatecos que actualmente tienen 55 años o más, entre los que me encuentro, escuchamos narraciones espantosas de nuestros padres y abuelos. Por eso, muchos no aceptan que Alvarado figure como Benemérito del Estado con letras de oro en el Congreso local, a pesar que su obra sociopolítica fue grandiosa. 

En la actuación del jefe militar surge una paradoja: consideraba a los creyentes fanáticos religiosos, siendo que él y sus seguidores también fueron intolerantes. Sería muy impropio de mi parte ocultar que las mayores acciones iconoclastas en la historia de esta tierra comenzaron con la gestión de don Salvador. Él y sus huestes emprendieron fuerte propaganda contra la fe católica y contra todo sentido religioso. Su idea era formar una generación de yucatecos que fuese heredera genuina de sus ideales jacobinos. Lanzó decretos que prohibieron o limitaron hasta lo inverosímil el culto, el bautismo de niños y adultos, las fiestas religiosas, los matrimonios religiosos y los funerales católicos. 

Derribó infinidad de templos, quemó muchas imágenes. En aquella ola iconoclasta anticristiana desapareció el Santo Cristo de las Ampollas. 

Pero su mayor atropello- que hasta hoy no se olvida- fue la profanación y destrucción de la Catedral meridana. Aquel día infausto para la grey católica, para la libertad de creencias y la tolerancia, una turba de exaltados dio rienda suelta a su odio contra la religión decapitando, arrastrando y quemando la mayor parte de las valiosas imágenes que albergaba el santo recinto. 

Por considerarlo históricamente importante, porque fueron hechos vergonzosos que no deben repetirse jamás, sucesos prácticamente desconocidos por las nuevas generaciones, narraré con amplio detalle lo que pasó esa noche del 24 de septiembre de 1915.

Aquel día hubo gremio, iniciaba la fiesta anual del Santo Cristo de las Ampollas y celebrábase la fiesta de la Virgen de las Mercedes. Sin embargo, un mitin obrero/sindicalista estaba programado en Plaza Grande, convocado por el periódico La Voz de la Revolución, fundado por Alvarado. Los obreros se reunieron en la Casa del Obrero Mundial y, en punto de las 8 de la noche, partieron hacia la Plaza. Integraban la columna trabajadores ferrocarrileros, otros de varios sindicatos y de muelles de Progreso. 

Dos bandas musicales tocaban La Cucaracha, cuasi himno revolucionario. Empezó el mitin. Desde la tarima instalada en la esquina de las calles 61 x 60, enfrente del Palacio de Gobierno, uno de los oradores vomitó que «el fanatismo religioso debía acabar». Esto encendió la mecha. 

Enseguida tocó turno a un tal Diego Rendón, líder ferrocarrilero conocidísimo por su anticlericalismo. Incitó a la muchedumbre para que arremetiera contra la Catedral con el argumento de que «si Diego de Landa quemó los ídolos en Maní, este Diego quemará hoy los ídolos de los fanáticos religiosos». La multitud, frenética, dirigióse a la puerta Norte de la Catedral. Aparecieron de pronto machetes y otros instrumentos que llevaban ocultos, que se convirtieron en armas. 

Tras forzar la puerta, dedicáronse a destruir todas las imágenes y los magníficos retablos que dieron gloria a la Catedral desde la Colonia. Destruyeron no sólo objetos de culto, sino auténticas joyas de arte colonial. 

Despedazaron las imágenes del Señor de la Conquista, de la Virgen de las Mercedes, de la Santísima Trinidad, veneradísimas por los fieles. 

Se apoderaron los iconoclastas de custodias y copones de plata que contenían las Sagradas Especies, que fueron tiradas al suelo y pisoteadas. Luego se dirigieron a la capilla del Cristo de las Ampollas y, al ritmo de la Cucaracha, pretendieron quemar la imagen. Al no lograrlo la sacaron a la calle y la arrastraron, dejándola abandonada hasta que la recogió la policía para llevarla a la Comandancia Militar. 

Todo sucedió a escasos treinta metros de la sede del Poder Ejecutivo, cuyo representante, el Gral. Alvarado, presenció el asalto desde uno de los balcones, según testigos presenciales. 

Los católicos protestaron. Hubo personajes que exigieron a altos funcionarios del gobierno alvaradista pusieran freno a los desmanes. Alvarado simuló ordenar una «investigación» y detuvo a algunos de los responsables, pero como no había voluntad de hacer justicia el proceso fue tan negligente que no tardaron en salir libres, quedando impunes. 

Tres días después de esta embestida contra la Iglesia Católica, el gobierno convocó al Cabildo catedralicio y al cura del Sagrario para entregarles el templo. Un canónigo dejó para la Historia la lista detallada de los daños: «ropas, ornamentos sagrados, manteles, albas finas, toallas, papeles, notas de los gremios; todos rotos y tirados en el piso. El nuevo y majestuoso órgano fue despedazado. Las imágenes decapitadas unas, quemadas la mayor parte». 

Los meridanos, indignados, se volcaron para contemplar las ruinas de su Catedral. Según testigos, en la muchedumbre de obreros que destruyó la Catedral «predominaron elementos de fuera del estado». 

No lancen voladores los xenófobos que me lean. Si bien no es de dudarse que esos fuereños pertenecieran a la tropa revolucionaria que llegó con Alvarado, muchos yucatecos y meridanos participaron entusiastamente en aquel negro episodio, como veremos en el próximo artículo.- Carlos A. Sarabia y Barrera, Noviembre 23 de 2021. Continuará. 

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